martes, 13 de mayo de 2014

PUBLICIDAD EFECTIVA

Estaban sentados en el porche de su casa, exhaustos después de un duro día de trabajo en el campo, bajo el sol abrasador.
Su padre le pasó la botella de agua, de agua del tiempo, es decir, caliente. Daniel la agarró con despecho y recordó un anuncio de la tele donde varios adolescentes bebían refrescos recién salidos de una nevera. Las imágenes pasaban como diapositivas por su memoria, estaba tan concentrado que casi podía sentir bajo sus dedos el metal frío y mojado de una lata de coca-cola, su sabor agridulce en la boca y se olvidó de lo que lo rodeaba.
Se olvidó de la llaga que tenía en el pie derecho que palpitaba continuamente, de las quemaduras de su cara y del líquido poco refrescante que bajaba por su garganta. Tan solo se imaginaba disfrutando de la bebida deseada mientras el viento movía los mechones de pelo que le caían por la frente.
Tan ensimismado estaba que se le resbaló la botella y se vertió sobre él, devolviéndolo a la realidad, a su casa, a su porche, a los gritos de su padre maldiciendo su torpeza. 

Alba, 4B

TODO LO BUENO SE ACABA

Me despierto cansada, es domingo y no puedo esperar más. Aquel olor que viene de la cocina entra por mi nariz y llega hasta mi estómago cual abejas polinizando una bella flor de durazno.
Cuando llego a la cocina me encuentro con un enorme plato de canelones, con su salsa blanca cubriéndolos. Me llaman y no lo puedo evitar; cojo uno, y con mucho cuidado a que no se me deshaga muerdo un bocado. Lo saboreo lentamente con la falsa esperanza de que esa sensación dure toda la eternidad, noto como la pintoresca mezcla de sabores del relleno se separa de su base de pasta, cierro los ojos y no me concentro en nada más. Y cuando menos me lo espero, todo desaparece…
Todo lo bueno se acaba en algún momento.
Camila 4ºB

TOSTADAS

Los rayos de sol se cuelan por mi ventana y comienzan a calentar mi piel, mi cuerpo comienza a desperezarse y torpemente me levanto. Todo mi cuerpo comienza a ponerse en funcionamiento incluido mi estómago que, ronroneando como un gato, pide alimento.
Bajo lentamente las escaleras y, con una rápida visual de la cocina, diviso ese manjar perfectamente colocado. Me siento en la mesa y, suavemente, cojo una rebanada de pan tostado; por mi nariz fluye el olor a recién hecho, cojo el untador y reparto la mantequilla por la rebanada.
Lentamente abro la boca y acerco la tostada. Ya noto el sabor en mi boca, mis pupilas se expanden, y en mi lengua estallan crujientes ondas de sabor tostado. Después de aprovechar hasta la última migaja me levanto y continúo mi mañana.
Juan Manuel, 4º C

TORTELLINIS


Como cada mañana de sábado, me desperté sobre la una. Mi madre ya estaba haciendo la comida y puede percibir un olor que me resultaba bastante familiar.
Me senté en la cama, puse las zapatillas y me levanté. Caminé medio dormida a lo largo del pasillo y al llegar a la entrada observé en el espejo mi cara de recién levantada.
Cuando llegué a la cocina pude observar como mi madre removía algo en la pota. Me asomé a ver qué había preparado. 
Sí, qué alegría, había hecho esos tortellinis que me recuerdan a mi infancia en Suiza y por eso me gustan tanto. 
En ese momento llegó mi padre, fui corriendo a la habitación a vestirme; era hora de comer. 
Paula, 4º C

MALDITO QUESO AZUL

Como cada día, estaba con mamá en el súper haciendo la compra y me puse muy pesada con que me comprara un cachito de queso azul para probarlo. Soy una fanática de los quesos y todos los que probaba me gustaban. 
Mamá me advirtió que ese queso era muy fuerte y no me iba a gustar, pero qué sabría ella si no le gusta el queso; así que le pedí que me lo comprara y me dejara comprobar por mí misma si me gustaba o no.
Estaba buenísimo, uno de los mejores quesos del mundo, por eso comía más y más. Al rato empecé a encontrarme algo mal... estaba mareada, muy llena y con muchas ganas de vomitar. 
Después de pasarme toda la noche vomitando ese maldito queso azul, aprendí que mamá siempre lleva razón.
Roxana, 4ºA

LAS TORTITAS DE LA ABUELA


Cada domingo, en casa de mi abuela, para desayunar hay lo que cada uno quiere; pero, aquel día, había tortitas con chocolate. Mis favoritas.

Al percibir aquel maravilloso olor me vestí corriendo y bajé las escaleras que llevan hasta la cocina; según iba bajando, el olor se acercaba más a mí y, cada paso que daba, la boca se me hacía agua. Para mí aquellas tortitas que hacía mi abuela eran las mejores, nunca había probado otras tortitas con chocolate iguales.
Cuando llegué a la cocina mi abuela ya me las tenía en la mesa y con el bote de chocolate líquido al lado. Las saboreé lo mejor que pude y tardé en desayunar más que nunca; como no se comían todos los días tenía que disfrutar de aquella sensación magnífica. Con aquel desayuno el día prometía.
Iria, 4º C       

LA HAMBURGUESA QUE NO QUERÍA SER BASURA

Había una vez una hamburguesa que tenía muchas vidas. Cada día se despertaba en su hamburguesería, esperaba pacientemente el turno hasta que era preparada por uno de los cocineros y, finalmente, era servida en cualquiera de las mesas.
Mientras la comían, hacía todo lo posible por ser sabrosísima y, con el último bocado del cliente, sentía como si se apagara la luz y se fuera a dormir, pero al día siguiente se repetía la historia.
Nuestra hamburguesita podría haber seguido viviendo así de tranquila durante muchos años, si no hubiera sido porque un día, mientras esperaba su turno en el fogón, pudo escuchar como uno de los clientes la llamaba "comida basura" ¡Cuánto se enfadó! Estaba tan furiosa que casi se quemó.
A partir de ese momento, se dio cuenta de que mucha gente usaba esa expresión para hablar de ella y sus hermanas y tanto lo repetían que se lo creyó. Ahora comprendía por qué la mayoría de sus clientes favoritos estaban mucho más gordos que cuando los conoció, o por qué los que visitaban mucho el local tenían mal aspecto.
La hamburguesa se sintió fatal, ¡todo era por su culpa! Así que trató de encontrar una solución y se le ocurrió. Cuando vio que entraba uno de aquellos niños que pisaban al local casi a diario, escogió el mejor sitio, y esperó a ser servida. Ya en manos del niño, cuando llegó al momento más especial, el del primer mordisco, se concentró tanto como pudo y… no pasó nada. El niño hincó los dientes en la hamburguesa y masticó aquel bocado normalmente. Luego dio otro, con la hamburguesa igual de concentrada, pero todo siguió igual... Así siguieron varios bocados más, y la hamburguesa estaba ya a punto de rendirse, cuando oyó la voz del niño:
- ¡Puaj!, ¡Qué rollo! Esta hamburguesa no sabe a nada.
Aquello fue sólo el principio de un plan perfecto. 
Rodrigo, 4ºA