martes, 13 de mayo de 2014

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Estaban sentados en el porche de su casa, exhaustos después de un duro día de trabajo en el campo, bajo el sol abrasador.
Su padre le pasó la botella de agua, de agua del tiempo, es decir, caliente. Daniel la agarró con despecho y recordó un anuncio de la tele donde varios adolescentes bebían refrescos recién salidos de una nevera. Las imágenes pasaban como diapositivas por su memoria, estaba tan concentrado que casi podía sentir bajo sus dedos el metal frío y mojado de una lata de coca-cola, su sabor agridulce en la boca y se olvidó de lo que lo rodeaba.
Se olvidó de la llaga que tenía en el pie derecho que palpitaba continuamente, de las quemaduras de su cara y del líquido poco refrescante que bajaba por su garganta. Tan solo se imaginaba disfrutando de la bebida deseada mientras el viento movía los mechones de pelo que le caían por la frente.
Tan ensimismado estaba que se le resbaló la botella y se vertió sobre él, devolviéndolo a la realidad, a su casa, a su porche, a los gritos de su padre maldiciendo su torpeza. 

Alba, 4B

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